domingo, 4 de diciembre de 2011

Don Dimas de la Tijereta - Tradiciones Peruanas

D. Dimas de la Tijereta
Cuento de viejas que trata de c�mo un escribano le gan� un pleito al diablo




I


�rase que se era y el mal que se vaya y el bien se nos venga, que all� por los primeros a�os del pasado siglo exist�a, en pleno portal de Escribanos de las tres veces coronada ciudad de los Reyes del Per�, un cartulario de antiparras cabalgadas sobre nariz ciceroniana, pluma de ganso u otra ave de rapi�a, tintero de cuerno, greg�escos de pa�o azul a media pierna, jub�n de tirita�a y capa espa�ola de color parecido a Dios en lo incomprensible, y que le hab�a llegado por leg�tima herencia pasando de padres a hijos durante tres generaciones.


Conoc�ale el pueblo por tocayo del buen ladr�n a quien Don Jesucristo dio pasaporte para entrar en la gloria; pues nombr�base D. Dimas de la Tijereta, escribano de n�mero de la Real Audiencia y hombre que, a fuerza de dar fe, se hab�a quedado sin pizca de fe, porque en el oficio gast� en breve la poca que trajo al mundo.


Dec�ase de �l que ten�a m�s trastienda que un bodeg�n, m�s cam�ndulas que el rosario de Jerusal�n que cargaba al cuello, y m�s doblas de a ocho, fruto de sus triqui�uelas, embustes y trocatintas, que las que cab�an en el �ltimo gale�n que zarp� para C�diz y de que daba cuenta la Gaceta. Acaso fue por �l por quien dijo un caquiversista lo de �Un escribano y un gato en un pozo se cayeron, como los dos ten�an u�as por la pared se subieron�.


Fama es que a tal punto hab�anse apoderado del escribano los tres enemigos del alma, que la suya estaba tal de zurcidos y remiendos que no la reconociera su Divina Majestad, con ser quien es y con haberla creado. Y tengo para mis adentros que si le hubiera venido en antojo al Ser Supremo llamarla a juicio, habr�a exclamado con sorpresa:
�Dimas, �qu� has hecho del alma que te di?�.


Ello es que el escribano, en punto a picard�as era la flor y nata de la gente del oficio, y que si no ten�a el malo por donde desecharlo, tampoco el �ngel de la guarda hallar�a


asidero a su esp�ritu para transportarlo al cielo cuando le llegara el lance de las postrimer�as.


Cuentan de su merced que siendo mayordomo del gremio, en una fiesta costeada por los escribanos, a la mitad del serm�n acert� a caer un gato desde la cornisa del templo, lo que perturb� al predicador y arremolin� al auditorio. Pero D. Dimas restableci� al punto la tranquilidad, gritando: �No hay motivo para barullo, caballeros. Adviertan que el que ha ca�do es un cofrade de esta ilustre congregaci�n, que ciertamente ha delinquido en venir un poco tarde a la fiesta. Siga ahora su reverencia con el serm�n�.


Todos los gremios tienen por patrono a un santo que ejerci� sobre la tierra el mismo oficio o profesi�n; pero ni en el martirologio romano existe santo que hubiera sido escribano, pues si lo fue o no lo fue San Aproniano est� todav�a en veremos y proveeremos. Los pobrecitos no tienen en el cielo camarada que por ellos interceda.


Mala pascua me d� Dios, y sea la primera que viniere, o d�me longevidad de elefante con salud de enfermo, si en el retrato, as� f�sico como moral, de Tijereta, he tenido voluntad de jabonar la paciencia a miembro viviente de la respetable cofrad�a del ante m� y el certifico. Y hago esta salvedad digna de un lego confitado, no tanto en descargo de mis culpas, que no son pocas, y de mi conciencia de narrador, que no es grano de an�s, cuanto porque esa es gente de mucha enjundia con la que ni me tiro ni me pago, ni le debo ni le cobro. Y basta de dibujos y requilorios, y andar andillo, y siga la zambra, que si Dios es servido, y el tiempo y las aguas me favorecen, y esta conseja cae en gracia, cuentos he de enjaretar a porrillo y sin m�s intervenci�n de cartulario. Ande la rueda y coz con ella.


II


No s� qui�n sostuvo que las mujeres eran la perdici�n del g�nero humano, en lo cual, m�a la cuenta si no dijo una bellaquer�a gorda como el pu�o. Siglos y siglos hace que a la pobre Eva le estamos echando en cara la curiosidad de haberle pegado un mordisco a la consabida manzana, como si no hubiera estado en manos de Ad�n, que era a la postre un pobrete educado muy a la pata la llana, devolver el recurso por improcedente; y eso que, en Dios y en mi �nima, declaro que la golosina era tentadora para quien siente rebullirse una alma en su almario. �Bonita disculpa la de su merced el padre Ad�n! En nuestros d�as la disculpa no lo salvaba de ir a presidio, mag�er barrunto que para prisi�n basta y sobra con la vida asaz trabajosa y aporreada que algunos arrastramos en este valle de l�grimas y pellejer�as. Aceptemos tambi�n los hombres nuestra parte de responsabilidad en una tentaci�n que tan buenos ratos proporciona, y no hagamos cargar con todo el mochuelo al bello sexo.


�Arriba, piernas, arriba, zancas! En este mundo todas son trampas.


No faltar� quien piense que esta digresi�n no viene a cuento. �Pero vaya si viene! Como que me sirve nada menos que para informar al lector de que Tijereta dio a la vejez, �poca en que hombres y mujeres huelen, no a patchoul�, sino a cera de bien morir, en la peor tontuna en que puede dar un viejo. Se enamor� hasta la coronilla de Visitaci�n, gentil muchacha de veinte primaveras, con un palmito y un donaire y un aquel capaces de tentar al mism�simo general de los padres beletmitas, una cintura pulida y remonona de esas de m�rame y no me toques, labios colorados como guindas, dientes como almendrucos, ojos como dos luceros y m�s matadores que espada y basto.
�Cuando yo digo que la moza era un pimpollo a carta cabal!


No embargante que el escribano era un abejorro recatado de bolsillo y tan pegado al oro de su arca como un ministro a la poltrona, y que en punto a dar no daba ni las buenas noches, se propuso dome�ar a la chica a fuerza de agasajos; y ora la enviaba unas arracadas de diamantes con perlas como garbanzos, ora trajes de rico terciopelo de Flandes, que por aquel entonces costaban un ojo de la cara. Pero mientras m�s derrochaba Tijereta, m�s distante ve�a la hora en que la moza hiciese con �l una obra de caridad, y esta resistencia tra�alo al retortero.


Visitaci�n viv�a en amor y compa�a con una t�a, vieja como el pecado de gula, a quien a�os m�s tarde encoroz� la Santa Inquisici�n por rufiana y encubridora, haci�ndola pasear las calles en bestia de albarda, con chilladores delante y zurradores detr�s. La maldita zurcidora de voluntades no cre�a, como Sancho, que era mejor sobrina mal casada que bien abarraganada; y endoctrinando p�caramente con sus tercer�as a la muchacha, result� un d�a que el pernil dej� de estarse en el garabato por culpa y travesura de un p�caro gato. Desde entonces si la t�a fue el anzuelo, la sobrina, mujer completa ya seg�n las ordenanzas de birlibirloque, se convirti� en cebo para pescar maravedises a m�s de dos y m�s de tres acaudalados hidalgos de esta tierra.


El escribano llegaba todas las noches a casa de Visitaci�n, y despu�s de notificarla un saludo, pasaba a exponerla el alegato de bien probado de su amor. Ella le o�a cort�ndose las u�as, recordando a alg�n boquirrubio que la ech� flores y piropos al salir de la misa de la parroquia, diciendo para su sayo: �Babazorro, arr�pate que sudas, y l�mpiate que est�s de huevo�, o canturriando:


�No pierdas en m� balas, carabinero,
porque yo soy paloma de mucho vuelo.
Si quieres que te quiera me has de dar antes
aretes y sortijas, blondas y guantes�.


Y as� atend�a a los requiebros y caranto�a de Tijereta, como la piedra berroque�a a los chirridos del cristal que en ella se rompe. Y as� pasaron meses hasta seis, aceptando Visitaci�n los alboroques, pero sin darse a partido ni revelar intenci�n de cubrir la libranza, porque la muy taimada conoc�a a fondo la influencia de sus hechizos sobre el coraz�n del cartulario.


Pero ya la encontraremos caminito de Santiago, donde tanto resbala la coja como la sana.


III


Una noche en que Tijereta quiso levantar el gallo a Visitaci�n, o, lo que es lo mismo, meterse a bravo, ordenole ella que pusiese pies en pared, porque estaba cansada de tener ante los ojos la estampa de la herej�a, que a ella y no a otra se asemejaba D. Dimas. Mal perge�ado sali� �ste, y lo negro de su desventura no era para menos, de casa de la muchacha; y andando, andando, y perdido en sus cavilaciones, se encontr�, a obra de las doce, al pie del cerrito de las Ramas. Un vientecillo retoz�n, de esos que andan pre�ados de romadizos, refresc� un poco su cabeza, y exclam�:


-Para mi santiguada que es traj�n el que llevo con esa fregona que la da de honesta y marisabidilla, cuando yo me s� de ella milagros de m�s calibre que los que reza el Flos- Sanctorum. �Venga un diablo cualquiera y ll�vese mi almilla en cambio del amor de esa caprichosa criatura!


Satan�s, que desde los antros m�s profundos del infierno hab�a escuchado las palabras del plumario, toc� la campanilla, y al reclamo se present� el diablo Lilit. Por si mis lectores no conocen a este personaje, han de saberse que los demon�grafos, que andan a vueltas y tornas con las Clav�culas de Salom�n, libros que leen al resplandor de un carbunclo, afirman que Lilit, diablo de bonita estampa, muy zalamero y decidor, es el correvedile de Su Majestad Infernal.


-Ve, Lilit, al cerro de las Ramas y extiende un contrato con un hombre que all� encontrar�s, y que abriga tanto desprecio por su alma que la llama almilla. Conc�dele cuanto te pida y no te andes con regateos, que ya sabes que no soy taca�o trat�ndose de una presa.


Yo, pobre y mal tra�do narrador de cuentos, no he podido alcanzar pormenores acerca de la entrevista entre Lilit y D. Dimas, porque no hubo taqu�grafo a mano que se encargase de copiarla sin perder punto ni coma. �Y es l�stima, por mi fe! Pero baste saber que Lilit, al regresar al infierno, le entreg� a Satan�s un pergamino que, f�rmula m�s o menos, dec�a lo siguiente:


�Conste que yo, don Dimas de la Tijereta, cedo mi almilla al rey de los abismos en cambio del amor y posesi�n de una mujer. �tem, me obligo a satisfacer la deuda de la fecha en tres a�os�. Y aqu� segu�an las firmas de las altas partes contratantes y el sello del demonio.


Al entrar el escribano en su tugurio, sali� a abrirle la puerta nada menos que Visitaci�n, la desde�osa y remilgada Visitaci�n, que ebria de amor se arroj� en los brazos de Tijereta. Cual es la campana, tal la badajada.


Lilit hab�a encendido en el coraz�n de la pobre muchacha el fuego de Lais, y en sus sentidos la desvergonzada lubricidad de Mesalina. Doblemos esta hoja, que de suyo es peligroso extenderse en pormenores que pueden tentar al pr�jimo labrando su condenaci�n eterna, sin que le valgan la bula de Meco ni las de composici�n.


IV


Como no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, pasaron, d�a por d�a, tres a�os como tres berenjenas, y lleg� el d�a en que Tijereta tuviese que hacer honor a su firma. Arrastrado por una fuerza superior y sin darse cuenta de ello, se encontr� en un verbo transportado al cerro de las Ramas, que hasta en eso fue el diablo puntilloso y quiso ser pagado en el mismo sitio y hora en que se extendi� el contrato.


Al encararse con Lilit, el escribano empez� a desnudarse con mucha flema, pero el diablo le dijo:


-No se tome vuesa merced ese trabajo, que maldito el peso que aumentar� a la carga la tela del traje. Yo tengo fuerzas para llevarme a usarced vestido y calzado.


-Pues sin desnudarme, no caigo en el c�mo sea posible pagar mi deuda.


-Haga usarced lo que le plazca, ya que todav�a le queda un minuto de libertad.


El escribano sigui� en la operaci�n hasta sacarse la almilla o jub�n interior, y pas�ndola a Lilit le dijo:


-Deuda pagada y venga mi documento.


Lilit se ech� a re�r con todas las ganas de que es capaz un diablo alegre y truh�n.


-Y �qu� quiere usarced que haga con esta prenda?


-�Toma! Esa prenda se llama almilla, y eso es lo que yo he vendido y a lo que estoy obligado. Carta canta. Repase usarced, se�or diabol�n, el contrato, y si tiene conciencia se dar� por bien pagado. �Como que esa almilla me cost� una onza, como un ojo de buey, en la tienda de Pacheco!


-Yo no entiendo de tracamandanas, se�or D. Dimas. V�ngase conmigo y guarde sus palabras en el pecho para cuando est� delante de mi amo.


Y en esto expir� el minuto, y Lilit se ech� al hombro a Tijereta, col�ndose con �l de rond�n en el infierno. Por el camino gritaba a voz en cuello el escribano que hab�a festinaci�n en el procedimiento de Lilit, que todo lo fecho y actuado era nulo y contra ley, y amenazaba al diablo alguacil con que si encontraba gente de justicia en el otro barrio le entablar�a pleito, y por lo menos lo har�a condenar en costas. Lilit pon�a orejas
de mercader a las voces de D. Dimas, y trataba ya, por v�a de amonestaci�n, de zabullirlo en un caldero de plomo hirviendo, cuando alborotado el Cocyto y apercibido Satan�s del laberinto y causas que lo motivaban, convino en que se pusiese la cosa en tela de juicio. �Para ce�irse a la ley y huir de lo que huele a arbitrariedad y despotismo, el demonio!


Afortunadamente para Tijereta no se hab�a introducido por entonces en el infierno el uso de papel sellado, que ac� sobre la tierra hace interminable un proceso, y en breve rato vio fallada su causa en primera y segunda instancia. Sin citar las Pandectas ni el Fuero Juzgo, y con s�lo la autoridad del Diccionario de la lengua, prob� el tunante su buen derecho; y los jueces, que en vida fueron probablemente literatos y acad�micos, ordenaron que sin p�rdida de tiempo se le diese soltura, y que Lilit lo guiase por los vericuetos infernales hasta dejarlo sano y salvo en la puerta de su casa. Cumpliose la sentencia al pie de la letra, en lo que dio Satan�s una prueba de que las leyes en el infierno no son, como en el mundo, conculcadas por el que manda y buenas s�lo para escritas. Pero destruido el diab�lico hechizo, se encontr� D. Dimas con que Visitaci�n lo hab�a abandonado corriendo a encerrarse en un beater�o, siguiendo la a�eja m�xima de dar a Dios el hueso despu�s de haber regalado la carne al demonio.


Satan�s, por no perderlo todo, se qued� con la almilla; y es fama que desde entonces los escribanos no usan almilla. Por eso cualquier constipadito vergonzante produce en ellos una pulmon�a de capa de coro y gorra de cuartel o una tisis tuberculosa de padre y muy se�or m�o.


V


Y por m�s que fu� y vine, sin dejar la ida por la venida, no he podido saber a punto fijo si, andando el tiempo, muri� D. Dimas de buena o de mala muerte. Pero lo que s� es cosa averiguada es que li� los b�rtulos, pues no era justo que quedase sobre la tierra para semilla de p�caros. Tal es, �oh lector car�simo!, mi creencia.


Pero un mi compadre me ha dicho, en puridad de compadres, que muerto Tijereta quiso su alma, que ten�a m�s arrugas y dobleces que abanico de coqueta, beber agua en uno de los calderos de Pero Botero, y el conserje del infierno le grit�: ��Largo de ah�! No admitimos ya escribanos�.


Esto hac�a barruntar al susodicho mi compadre que con el alma del cartulario sucedi� lo mismo que con la de judas Iscariote; lo cual, pues viene a cuento y la ocasi�n es calva, he de apuntar aqu� someramente y a guisa de conclusi�n.


Refieren a�ejas cr�nicas que el ap�stol que vendi� a Cristo ech�, despu�s de su delito, cuentas consigo mismo, y vio que el mejor modo de saldarlas era arrojar las treinta monedas y hacer zapatetas, convertido en racimo de �rbol.


Realiz� su suicidio, sin escribir antes, como hoga�o se estila, ep�stola de despedida, donde por m�s empe�os que hizo se negaron a darle posada.


Otro tanto le sucedi� en el infierno, y desesperada y tiritando de fr�o regres� al mundo buscando d�nde albergarse.


Acert� a pasar por casualidad un usurero, de cuyo cuerpo hac�a tiempo que hab�a emigrado el alma cansada de soportar picard�as, y la de Judas dijo: �Aqu� que no peco�, y se aposent� en la humanidad del avaro. Desde entonces se dice que los usureros tienen alma de Judas.


Y con esto, lector amigo, y con que cada cuatro a�os uno es bisiesto, pongo punto redondo al cuento, deseando que as� tengas la salud como yo tuve empe�o en darte un rato de solaz y divertimiento.

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