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domingo, 27 de noviembre de 2011

EL CARAJO DE SUCRE - Tradiciones en Salsa Verde - Ricardo Palma

El mariscal Antonio José de Sucre fue un hombre muy culto y muy decoroso en palabras. Contrastaba en esto con Bolívar. Jamás se oyó de su boca un vocablo obsceno, ni una interjección de cuartel, cosa tan común entre militares. Aun cuando (lo que fue raro en él) se encolerizaba por gravísima causa, limitábase a morderse los labios; puede decirse que tenía lo que llaman la cólera blanca.

Tal vez fundaba su orgullo en que nadie pudiera decir que lo había visto proferir una palabra soez, pecadilIo de que muchos santos, con toda su santidad, no se libraron.

El mismo Santo Domingo cuando, crucifico en mano, encabezó la matanza de los albigenses, echaba cada "Sacre nom de Dieu" y cada taco, que hacía temblar al mundo y sus alrededores.

Quizás tienen ustedes noticia del obispo, señor Cuero, arzobispo de Bogotá y que murió en olor de santidad; pues su Ilustrísima, cuando el Evangelio de la misa era muy largo, pasaba por alto algunos versículos, diciendo: Estas son pendejadas del Evangelista y por eso no las leo.

Sólo el mariscal Miller fue, entre los pro-hombres de la patria vieja, el único que jamás empleó en sus rabietas el cuartelero !carajo!

El juraba en inglés y por eso un "God dam!" de Miller, (Dios me condene), a nadie impresionaba. Cuentan del bravo británico que, al escapar de Arequipa perseguido por un piquete de caballería española, pasó frente a un balcón en el que estaban tres damas godas de primera agua, que gritaron al fugitivo:

--!Abur, gringo pícaro!

Miller detuvo al caballo y contestó:

--Lo de gringo es cierto y lo de pícaro no está probado, pero lo que es una verdad más grande que la Biblia es que ustedes son feas, viejas y putas. !God dam!

Volviendo a Sucre, de quien la digresión milleresca nos ha alejado un tantico, hay que traer a cuento el aforismo que dice: "Nadie diga de esta agua no beberé".

El día de la horrenda, de la abominable tragedia de Berruecos*, al oírse la detonación del arma de fuego, exclamó Sucre, cayendo del caballo:

--!Carajo!, un balazo...

Y no pronunció más palabra.

Desde entonces, quedó como refrán el decir a una persona, cuando jura y rejura que en su vida no cometerá tal o cual acción, buena o mala:

-!Hombre, quién sabe si no nos saldrá usted un día con el Carajo de Sucre!

(*) Berruecos: despoblado en Colombia, en donde fue traidoramente asesinado el general Sucre, haciéndose fuego desde unos matorrales acultos.

EL CARAJO DE SUCRE - Tradiciones en Salsa Verde - Ricardo Palma

El mariscal Antonio Jos� de Sucre fue un hombre muy culto y muy decoroso en palabras. Contrastaba en esto con Bol�var. Jam�s se oy� de su boca un vocablo obsceno, ni una interjecci�n de cuartel, cosa tan com�n entre militares. Aun cuando (lo que fue raro en �l) se encolerizaba por grav�sima causa, limit�base a morderse los labios; puede decirse que ten�a lo que llaman la c�lera blanca.


Tal vez fundaba su orgullo en que nadie pudiera decir que lo hab�a visto proferir una palabra soez, pecadilIo de que muchos santos, con toda su santidad, no se libraron.


El mismo Santo Domingo cuando, crucifico en mano, encabez� la matanza de los albigenses, echaba cada "Sacre nom de Dieu" y cada taco, que hac�a temblar al mundo y sus alrededores.


Quiz�s tienen ustedes noticia del obispo, se�or Cuero, arzobispo de Bogot� y que muri� en olor de santidad; pues su Ilustr�sima, cuando el Evangelio de la misa era muy largo, pasaba por alto algunos vers�culos, diciendo: Estas son pendejadas del Evangelista y por eso no las leo.


S�lo el mariscal Miller fue, entre los pro-hombres de la patria vieja, el �nico que jam�s emple� en sus rabietas el cuartelero !carajo!


El juraba en ingl�s y por eso un "God dam!" de Miller, (Dios me condene), a nadie impresionaba. Cuentan del bravo brit�nico que, al escapar de Arequipa perseguido por un piquete de caballer�a espa�ola, pas� frente a un balc�n en el que estaban tres damas godas de primera agua, que gritaron al fugitivo:


--!Abur, gringo p�caro!


Miller detuvo al caballo y contest�:


--Lo de gringo es cierto y lo de p�caro no est� probado, pero lo que es una verdad m�s grande que la Biblia es que ustedes son feas, viejas y putas. !God dam!


Volviendo a Sucre, de quien la digresi�n milleresca nos ha alejado un tantico, hay que traer a cuento el aforismo que dice: "Nadie diga de esta agua no beber�".


El d�a de la horrenda, de la abominable tragedia de Berruecos*, al o�rse la detonaci�n del arma de fuego, exclam� Sucre, cayendo del caballo:


--!Carajo!, un balazo...


Y no pronunci� m�s palabra.


Desde entonces, qued� como refr�n el decir a una persona, cuando jura y rejura que en su vida no cometer� tal o cual acci�n, buena o mala:


-!Hombre, qui�n sabe si no nos saldr� usted un d�a con el Carajo de Sucre!


(*) Berruecos: despoblado en Colombia, en donde fue traidoramente asesinado el general Sucre, haci�ndose fuego desde unos matorrales acultos.

La Pinga del Libertador - Ricardo Palma

Tan dado era Don Simón Bolívar a singularizarse, que hasta su interjección de cuartel era distinta de la que empleaban los demás militares de su época. Donde un español o un americano habrían dicho: ¡Vaya usted al carajo!, Bolivar decía: ¡Vaya usted a la pinga!

Histórico es que cuando en la batalla de Junín, ganada al principio por la caballería realista que puso en fuga a la colombiana, se cambió la tortilla, gracias a la oportuna carga de un regimiento peruano, varios jinetes pasaron cerca del General y, acaso por halagar su colombianismo, gritaron:
¡Vivan los lanceros de Colombia! Bolívar, que había presenciado las peripecias todas del combate, contestó, dominado por justiciero impulso: ¡La pinga! ¡Vivan los lanceros del Perú! Desde entonces fue popular interjección esta frase: ¡La pinga del Libertador!
Este párrafo lo escribo para lectores del siglo XX, pues tengo por seguro que la obscena interjección morirá junto con el último nieto de los soldados de la Independencia, como desaparecerá también la proclama que el general Lara dirigió a su división al romperse los fuegos en el campo de Ayacucho: “¡Zambos del carajo! Al frente están esos puñeteros españoles. El que aquí manda la batalla es Antonio José de Sucre, que, como saben ustedes, no es ningún pendejo de junto al culo, con que así, fruncir los cojones y a ellos”.

En cierto pueblo del norte existía, allá por los años de 1850, una acaudalada jamona ya con derecho al goce de cesantía en los altares de Venus, la cual jamona era el non plus ultra de la avaricia; llamábase Doña Gila y era, en su coversación, hembra más cócora o fastidiosa que una cama colonizada por chinches.

Uno de sus vecinos, Don Casimiro Piñateli, joven agricultor, que poseía un pequeño fundo rústico colindante con terrenos de los que era propietaria Doña Gila, propuso a ésta comprárselos si los valorizaba en precio módico.

Esas cinco hectáreas de campo -dijo la jamona-, no puedo vendérselas en menos de dos mil pesos.
Señora -contestó el prepotente-, me asusta usted con esa suma, pues a duras penas puedo disponer de quinientos pesos para comprarlas.

Que por eso no se quede -replicó con amabilidad Doña Gila-, pues siendo usted, como me consta, un hombre de bien, me pagará el resto en especies, cuando y como pueda, que plata es lo que plata vale. ¿No tiene usted quesos que parecen mantequilla? Sí, señora.

Pues recibo. ¿No tiene usted chanchos de ceba? Sí, señora.
Pues recibo. ¿No tiene usted siquiera un par de buenos caballos?

Aquí le faltó la paciencia a don Casimiro que, como eximio jinete, vivía muy encariñado con sus bucéfalos, y mirando con sorna a la vieja, le dijo:
¿Y no quisiera usted, doña Gila, la pinga del Libertador?

Y la jamona, que como mujer no era ya colchonable, considerando que tal vez se trataba de una alhaja u objeto codiciable, contestó sin inmutarse: Dándomela a buen precio, tambien recibo la pinga.

La Pinga del Libertador - Ricardo Palma

Tan dado era Don Sim�n Bol�var a singularizarse, que hasta su interjecci�n de cuartel era distinta de la que empleaban los dem�s militares de su �poca. Donde un espa�ol o un americano habr�an dicho: �Vaya usted al carajo!, Bolivar dec�a: �Vaya usted a la pinga!


Hist�rico es que cuando en la batalla de Jun�n, ganada al principio por la caballer�a realista que puso en fuga a la colombiana, se cambi� la tortilla, gracias a la oportuna carga de un regimiento peruano, varios jinetes pasaron cerca del General y, acaso por halagar su colombianismo, gritaron:
�Vivan los lanceros de Colombia! Bol�var, que hab�a presenciado las peripecias todas del combate, contest�, dominado por justiciero impulso: �La pinga! �Vivan los lanceros del Per�! Desde entonces fue popular interjecci�n esta frase: �La pinga del Libertador!
Este p�rrafo lo escribo para lectores del siglo XX, pues tengo por seguro que la obscena interjecci�n morir� junto con el �ltimo nieto de los soldados de la Independencia, como desaparecer� tambi�n la proclama que el general Lara dirigi� a su divisi�n al romperse los fuegos en el campo de Ayacucho: ��Zambos del carajo! Al frente est�n esos pu�eteros espa�oles. El que aqu� manda la batalla es Antonio Jos� de Sucre, que, como saben ustedes, no es ning�n pendejo de junto al culo, con que as�, fruncir los cojones y a ellos�.


En cierto pueblo del norte exist�a, all� por los a�os de 1850, una acaudalada jamona ya con derecho al goce de cesant�a en los altares de Venus, la cual jamona era el non plus ultra de la avaricia; llam�base Do�a Gila y era, en su coversaci�n, hembra m�s c�cora o fastidiosa que una cama colonizada por chinches.


Uno de sus vecinos, Don Casimiro Pi�ateli, joven agricultor, que pose�a un peque�o fundo r�stico colindante con terrenos de los que era propietaria Do�a Gila, propuso a �sta compr�rselos si los valorizaba en precio m�dico.


Esas cinco hect�reas de campo -dijo la jamona-, no puedo vend�rselas en menos de dos mil pesos.
Se�ora -contest� el prepotente-, me asusta usted con esa suma, pues a duras penas puedo disponer de quinientos pesos para comprarlas.


Que por eso no se quede -replic� con amabilidad Do�a Gila-, pues siendo usted, como me consta, un hombre de bien, me pagar� el resto en especies, cuando y como pueda, que plata es lo que plata vale. �No tiene usted quesos que parecen mantequilla? S�, se�ora.


Pues recibo. �No tiene usted chanchos de ceba? S�, se�ora.
Pues recibo. �No tiene usted siquiera un par de buenos caballos?


Aqu� le falt� la paciencia a don Casimiro que, como eximio jinete, viv�a muy encari�ado con sus buc�falos, y mirando con sorna a la vieja, le dijo:
�Y no quisiera usted, do�a Gila, la pinga del Libertador?


Y la jamona, que como mujer no era ya colchonable, considerando que tal vez se trataba de una alhaja u objeto codiciable, contest� sin inmutarse: D�ndomela a buen precio, tambien recibo la pinga.

Recordatorio Takana

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